
El 26 de agosto de 1959 quedó grabado como una de las fechas más trágicas en la memoria colectiva del sur de Veracruz. A las 2:25 de la madrugada, un terremoto de 6.5 grados en la escala de Richter sacudió con violencia la región, dejando a su paso destrucción, miedo y luto.
De acuerdo con la crónica del historiador acayuqueño Josué Viveros Cuervo, el sismo provocó severos daños en diversas localidades, siendo Jáltipan de Morelos el municipio más afectado.
Su centro histórico prácticamente desapareció bajo los escombros: la iglesia de San Francisco de Asís y el palacio municipal se desplomaron, sepultando con ellos vidas humanas y llenando de dolor a familias enteras.
En Acayucan, las secuelas también fueron devastadoras. El templo de San Martín Obispo, considerado un símbolo de fe y tradición, sufrió daños irreparables. La torre principal resultó gravemente afectada, lo que determinó su demolición meses después.
El amanecer no trajo calma. A las 9:38 de la mañana, una fuerte réplica volvió a estremecer a la población, seguida por otras durante el transcurso del día. La última de ellas, registrada a las 3:45 de la madrugada del 27 de agosto, coincidió con una intensa lluvia, agravando la tragedia y el sufrimiento de los habitantes.
Más allá de los daños materiales, este terremoto cambió la vida y la historia de los pueblos. “No solo transformó edificios y calles, también la memoria y el espíritu de quienes lo vivieron”, narra el cronista, Viveros Cuervos en su trabajo de investigación.
Hoy, a 66 años de distancia, el recuerdo de aquel amanecer sigue vivo en la memoria de las generaciones que lo padecieron, como un recordatorio de la vulnerabilidad de la región ante la naturaleza y la fortaleza de su gente para sobreponerse a la adversidad.
#Diariodelistmo